miércoles, 26 de abril de 2017

282. CUENTO.

   
Autor: Edgar Allan Poe. (Boston, 1,809 - †Baltimore, 1,849).

El barril de amontillado*.
“Había yo soportado hasta donde me era posible las mil ofensas de que Fortunato me hacía objeto, pero cuando se atrevió a insultarme juré que me vengaría. Vosotros, sin embargo, que conocéis harto bien mi alma, no pensaréis que proferí amenaza alguna. Me vengaría a la larga; esto quedaba definitivamente decidido, pero, por lo mismo que era definitivo, excluía toda idea de riesgo. No sólo debía castigar, sino castigar con impunidad. No se repara un agravio cuando el castigo alcanza al reparador, y tampoco es reparado si el vengador no es capaz de mostrarse como tal a quien lo ha ofendido. [*El amontillado es un vino generoso propio del Marco de Jerez, en Cádiz y de Montilla-Moriles, en Córdoba, Andalucía (España). Por sus características enológicas se halla entre el fino y el oloroso. (1) Su nombre proviene de la región vitivinícola de Montilla, lugar donde nació en el siglo XVIII. Fuente: es.wikipedia.org]

Un punto débil tenía este Fortunato, aunque en otros sentidos era hombre de respetar y aun de temer. Se enorgullecía de ser un connaisseur en materia de vinos. En su mayor parte, el entusiasmo que fingen se adapta al momento y a la oportunidad, a fin de engañar a los millonarios ingleses y austriacos. En pintura y en alhajas Fortunato era un impostor, como todos sus compatriotas; pero en lo referente a vinos añejos procedía con sinceridad. No era yo diferente de él en este sentido; experto en vendimias italianas, compraba con largueza todos los vinos que podía.

Anochecía ya, una tarde en que la semana de carnaval llegaba a su locura más extrema, cuando encontré a mi amigo. Acercóseme con excesiva cordialidad, pues había estado bebiendo en demasía. Disfrazado de bufón, lucía en la cabeza el cónico gorro de cascabeles. Me sentí tan contento al verle, que me pareció que no terminaría nunca de estrechar su mano.

Mi querido Fortunato —le dije—, ¡qué suerte haberte encontrado! ¡Qué buen semblante tienes! Figúrate que acabo de recibir un barril de vino que pasa por amontillado, pero tengo mis dudas.

— ¿Cómo? exclamó Fortunato—. ¿Amontillado? ¿Un barril? ¡Imposible! ¡Y a mitad de carnaval…! Foto El VINO QUE BEBO - blogger

Tengo mis dudas —insistí—, pero he sido lo bastante tonto como para pagar su precio sin consultarte antes. No pude dar contigo y tenía miedo de echar a perder un buen negocio. — ¡Amontillado! —Tengo mis dudas. — ¡Amontillado! —Y quiero salir de ellas.

Como estás ocupado, me voy a buscar a Lucresi. Si hay alguien con sentido crítico, es él. Me dirá que… —Lucresi es incapaz de distinguir entre amontillado y jerez.
Y sin embargo no faltan tontos que afirman que su gusto es comparable al tuyo. — ¡Ven! ¡Vamos! — ¿A dónde? —A tu bodega. —No, amigo mío. No quiero aprovecharme de tu bondad. Noto que estás ocupado, y Lucresi…

—No tengo nada que hacer; vamos. —No, amigo mío. No se trata de tus ocupaciones, pero veo que tienes un fuerte catarro. Las criptas son terriblemente húmedas y están cubiertas de salitre. —Vamos lo mismo. Este catarro no es nada. En cuanto a Lucresi, es incapaz de distinguir entre jerez y amontillado.

Mientras decía esto, Fortunato me tomó del brazo. Yo me puse un antifaz de seda negra y, ciñéndome una roquelaure*, dejé que me llevara apresuradamente a mi palazzo. No encontramos sirvientes en mi morada… Como les había dicho que no volvería hasta la mañana siguiente, estaba bien seguro que todos ellos se habían marchado de inmediato apenas les hube vuelto la espalda. [*Roquelaure: Un manto de llegar a punto, o justo por debajo, de las rodillas, usado en el siglo XVIII. Escrito también roquelo. Fuente: diccionario-internacional.com]

Saqué dos antorchas de sus anillas y, entregando una a Fortunato, le conduje a través de múltiples habitaciones hasta la arcada que daba acceso a las criptas. Descendimos una larga escalera de caracol, mientras yo recomendaba a mi amigo que bajara con precaución. Llegamos por fin al fondo y pisamos juntos el húmedo suelo de las catacumbas de los Montresors.

—El barril —dijo. —Está más delante —contesté—, pero observa las blancas telarañas que brillan en las paredes de estas cavernas. Se volvió hacía mí y me miró en los ojos con veladas pupilas, que destilaban el flujo de su embriaguez. — ¿Salitre? —preguntó, después de un momento. —Salitre —repuse—. ¿Desde cuándo tienes esa tos?

El violento acceso impidió a mi pobre amigo contestarme durante varios minutos. —No es nada —dijo por fin. —Vamos —declaré con decisión—. Volvámonos; tu salud es preciosa. Eres rico, respetado, admirado, querido; eres feliz como en un tiempo lo fui yo. Tu desaparición sería lamentada,… Volvamos, pues, de lo contrario, te enfermarás y no quiero tener esa responsabilidad. Además está Lucresi, que…

Esta tos no es nada y no me matará. No voy a morir de un acceso de tos. — dijo Fortunato—. —Ciertamente que no —repuse—. No quería alarmarte innecesariamente. Un trago de este Medoc nos protegerá de la humedad.

Bebe —agregué, presentándole el vino y mirándome de soslayo, alzó la botella hasta sus labios. Brindo —dijo— por los enterrados que reposan en torno de nosotros. —Y yo brindo por que tengas una larga vida. —Estas criptas son enormes —observó Fortunato. —Los Montresors —repliqué— fueron una distinguida y numerosa familia. —He olvidado vuestras armas.        —Un gran pie humano de oro en campo de azur; el pie aplasta una serpiente rampante, cuyas garras se hunden en el talón.        — ¿Y el lema?       —Nemo me impune lacessit [«Nadie me ofende impunemente» es.wikipedia.org]. — ¡Muy bien! —dijo Fortunato.

Chispeaba el vino en sus ojos y tintineaban los cascabeles. Dejamos atrás largos muros formados por esqueletos apilados, entre los cuales aparecían también barriles y pipas, hasta llegar a la parte más recóndita de las catacumbas.

— ¡Mira cómo el salitre va en aumento! —dije—. Abunda como el moho en las criptas. Estamos debajo del lecho del río. Ven, volvámonos antes de que sea demasiado tarde. La tos

—No es nada —dijo Fortunato—. Sigamos adelante, pero bebamos antes otro trago de Medoc.

Rompí el cuello de un frasco de De Grâve y se lo alcancé. Lo vació de un trago y sus ojos se llenaron de una luz salvaje. Riéndose, lanzó la botella hacia arriba, gesticulando en una forma que no entendí. Lo miré, sorprendido.

¿No comprendes? —No —repuse. —Entonces no eres de la hermandad. — ¿Cómo? - No eres un masón. — ¡Oh, sí! —exclamé—. ¡Sí lo soy! -Haz un signo —dijo él—. Un signo.        —Mira —repuse, extrayendo de entre los pliegues de mi roquelaure una pala de albañil. —Te estás burlando —exclamó Fortunato,…

—. Pero vamos a ver ese amontillado. —Puesto que lo quieres —dije, guardando el utensilio y ofreciendo otra vez mí brazo a Fortunato, que se apoyó pesadamente. Continuamos nuestro camino en busca del amontillado. …, llegamos a una profunda cripta, donde el aire estaba tan viciado que nuestras antorchas dejaron de llamear y apenas alumbraban.

En el extremo más alejado de la cripta se veía otra menos espaciosa,… Parecía haber sido construida sin ningún propósito especial, ya que sólo constituía el intervalo entre dos de los colosales soportes del techo de las catacumbas, y formaba su parte posterior la pared, de sólido granito, que las limitaba.

Fue inútil que Fortunato, alzando su mortecina antorcha, tratara de ver en lo hondo del nicho. La débil luz no permitía adivinar dónde terminaba. —Continúa —dije—. Allí está el amontillado. En cuanto a Lucresi

—Es un ignorante —interrumpió mi amigo, mientras avanzaba tambaleándose y yo le seguía pegado a sus talones. En un instante llegó al fondo del nicho y, al ver que la roca interrumpía su marcha, se detuvo como atontado. Un segundo más tarde quedaba encadenado al granito. Había en la roca dos argollas de hierro,… Pasándole la cadena alrededor de la cintura, me bastaron apenas unos segundos para aherrojarlo. Demasiado estupefacto estaba para resistirse. Extraje la llave y salí del nicho.

Pasa tu mano por la pared —dije— y sentirás el salitre. Te aseguro que hay mucha humedad. Una vez más, te imploro que volvamos. ¿No quieres? Pues entonces, tendré que dejarte. Pero antes he de ofrecerte todos mis servicios. Foto: El amontillado 123RF

— ¡El amontillado! —exclamó mi amigo, que no había vuelto aún de su estupefacción. —Es cierto —repliqué—. El amontillado.

Mientras decía esas palabras, fui hasta el montón de huesos de que ya he hablado. Echándolos a un lado, puse en descubierto una cantidad de bloques de piedra y de mortero. Con estos materiales y con ayuda de mi pala de albañil comencé vigorosamente a cerrar la entrada del nicho. Apenas había colocado la primera hilera de mampostería, advertí que la embriaguez de Fortunato se había disipado en buena parte. La primera indicación nació de un quejido profundo que venía de lo hondo del nicho. No era el grito de un borracho. Siguió un largo y obstinado silencio. Puse la segunda hilera, la tercera y la cuarta; entonces oí la furiosa vibración de la cadena. El ruido duró varios minutos, durante los cuales, y para poder escucharlo con más comodidad, interrumpí mi labor y me senté sobre los huesos. Cuando, por fin, cesó el resonar de la cadena, tomé de nuevo mi pala y terminé sin interrupción la quinta, la sexta y la séptima hilera. La pared me llegaba ahora hasta el pecho. Me detuve nuevamente y, alzando la antorcha sobre la mampostería, proyecté sus débiles rayos sobre la figura allí encerrada.

Una sucesión de agudos y penetrantes alaridos, brotando súbitamente de la garganta de aquella forma encadenada, me hicieron retroceder con violencia. Vacilé un instante y temblé. Desenvainando mi espada, me puse a tantear con ella el interior del nicho, pero me bastó una rápida reflexión para tranquilizarme. Apoyé la mano sobre la sólida muralla de la catacumba y me sentí satisfecho. Volví a acercarme al nicho y contesté con mis alaridos a aquel que clamaba. Fui su eco, lo ayudé, lo sobrepujé en volumen y en fuerza. Sí, así lo hice, y sus gritos acabaron por cesar.

Había completado la octava, la novena y la décima hilera. Terminé una parte de la undécima y última; sólo quedaba por colocar y fijar una sola piedra. Luché con su peso y la coloqué parcialmente en posición. Pero entonces brotó desde el nicho una risa apagada que hizo erizar mis cabellos. Le sucedió una voz lamentable, en la que me costó reconocer la del noble Fortunato.

— ¡Ja, ja… ja, ja! ¡Una excelente broma, por cierto… una excelente broma…! ¡Cómo vamos a reírnos en el palazzo… ja, ja… mientras bebamos… ja, ja! — ¡El amontillado!—dije.

— ¡Ja, ja…! ¡Sí… el amontillado…! Pero… ¿no se está haciendo tarde? ¿No nos estarán esperando en el palazzo… mi esposa y los demás? ¡Vámonos!
—dije. Vámonos.

— ¡Por el amor de Dios, Montresor! —dije—. Por el amor de Dios. Esperé en vano la respuesta a mis palabras. Me impacienté y llamé en voz alta: — ¡Fortunato! Silencio. Llamé otra vez. — ¡Fortunato!

No hubo respuesta. Pasé una antorcha por la abertura y la dejé caer dentro. Me apresuré a terminar mi trabajo. Puse la última piedra en su sitio y la fijé con el mortero. Contra la nueva mampostería volví a alzar la antigua pila de huesos. Durante medio siglo, ningún mortal los ha perturbado. ¡Requiescat in pace! [¡Descanse en paz!]

[Sigue siendo el maestro Poe, a pesar de los más de dos siglos transcurridos desde que escribió esta maravilla. El texto ha sido ligeramente condensado.] (“The Cask of Amontillado”, 1,846). Originalmente publicado in Godey’s Lady’s Book (noviembre 1,846) Fuente: http://www.literatura.us/idiomas/eap_barril.html

LAS RECETAS DE LA ABUELA.
El codillo de cerdo es una parte del despiece del cerdo: el codillo ubicado entre la unión de los dos huesos de la pata donde se forma el codo. El codillo tiene un sabor fuerte, es muy aromático, contiene abundante grasa y cuando se prepara es necesario que esté cociendo bastante tiempo; algunas recetas hablan de varias horas.

En la cocina alemana se conoce también bajo la denominación de Hachse, o incluso Stelze. …, la mayoría de las veces en salazón; en Berlín se suele servir acompañado de col En el sur de Alemania y en Austria a menudo es cocinado en horno, soliéndose comer con sauerkraut (guisantes). En la cocina china se cuecen lentamente los ingredientes en salsas aromatizadas, como por ejemplo salsa de soja y vino de arroz. Uno de estos platos es el codillo de cerdo con azúcar que se encuentra en la región de Suchow-Wuhsi en el noroeste de Shanghái.

En la cocina polaca, la golonka es un codillo de cerdo previamente marinado y cocido, lo mismo que en Berlín y en el norte de Alemania. En las cartas de los restaurantes podemos ver "golonka po Bawarsku" (a la bávara), que además está asada al horno. Fuente: es.wikipedia.org

Esta es una de sus variantes en la cocina española:

 
Codillo de cerdo adobado al horno:

Ingredientes: (3 raciones)
1 codillo de cerdo.
1 vaso de vino tinto, romero, sal al gusto.
4 dientes de ajo.
1 cucharada de pimentón picante opcional.
Aceite de oliva y agua al gusto.

Procedimiento:
1.-El día antes ponemos el codillo en un bol; en el mortero picamos los ajos, con sal, las hierbas aromáticas y el pimentón, mezclamos con el vino y vertemos sobre el codillo, mantenemos al fresco hasta el día siguiente, dándole la vuelta 3 o 4 veces en ese tiempo para que coja bien todo el sabor.

2 -Ponemos el horno a calentar a 200ºC = 400ºF, la parte de arriba y la de abajo del horno; ponemos el codillo en una fuente de horno y regamos con el adobo, añadimos 1 vaso de agua y un buen chorrito de aceite de oliva.

3.-Cuando el horno haya alcanzado la temperatura programada, ponemos el codillo y lo dejamos cocer aproximadamente unas 2 horas, regándolo con su caldito de vez en cuando, si falta líquido vamos añadiendo mitad agua y mitad vino.

4.-Cuando este tierno y bien crujiente servimos acompañado de unas patatas fritas, y con un poco de salsita.

DEL HOGAR Y ALGO MÁS…
Las pipas, semillas de girasol o maravillas son semillas comestibles de los aquenios de la planta llamada comúnmente girasol (Helianthus annuus). Usualmente, se vende el fruto completo y se consume el interior como aperitivo, desechando la cáscara (pericarpio). Existen distintas variedades de pipas, dependiendo de la variedad de girasol; además de emplearse en alimentación humana, algunas de ellas se emplean en alimentación animal, especialmente de aves, en cuyo caso no se salan.

En origen, el girasol silvestre procede de Norteamérica y Centroamérica, aunque la comercialización de la planta sucedió por vez primera en Rusia. No obstante, los nativos americanos emplearon diferentes cultivos, cuya producción de pipas era diversa: las había de color miel, blanco, y la variedad más conocida, la pipa con rayas blancas y negras. (2)

Dichos nativos empleaban las pipas de diversa forma: podían moler la semilla y utilizarla para hacer tortas en forma de pan. En ocasiones mezclaban las semillas con calabaza o maíz. Es muy probable que incluso fabricaran un aceite que utilizaran en la elaboración del pan. Otros usos ajenos a la alimentación eran: como colorante, tiñendo ropas o el propio cuerpo, con función decorativa; y como aceite, empleado en la piel y el cabello. Había ceremonias donde tanto la semilla de girasol como la propia planta eran elementos utilizados.

Las pipas de girasol son un alimento hipergraso, muy rico en minerales y algunas vitaminas. Contienen, por cada 100 g de producto, 49,57 g de lípidos, 8,76 g de glúcidos y 22,78 g de proteínas.

En cuanto a su composición en vitaminas y minerales (por cada 100 g de producto) destacan, por su alto contenido, el fósforo, con 705 mg; el magnesio, con 354 mg; y la vitamina E, con 4,5 mg. Por todo lo cual, es muy conveniente comer estas pipas.

INFORMACIONES ÚTILES PARA MEJORAR NUESTRA SALUD:
¿Toxinas en los recipientes para la comida rápida? Encuentran que las cajas y los envoltorios contienen sustancias químicas fluoradas nocivas, según un estudio.

¿Cuándo puedo empezar a darle mantequilla de maní a mi bebé? Fuente: Academia Americana de Pediatría.

Súper Tazón Fuente: Departamento de Agricultura, Servicio de Inocuidad e Inspección de los Alimentos.

Las parejas obesas podrían tardar más en concebir El peso del hombre parece también afectar el éxito del embarazo, encuentra un estudio.

Sugerencias saludables para el corazón para su lista de la compra Empiece por poner muchas verduras, preferiblemente con una variedad de colores, según una cardióloga. Los vínculos son de HealthDay, si no se especifica otra fuente.

POESÍA.
Imagen y texto sobre la vida: Pinterest


PARA REFRESCAR.




5. Los 15 mitos científicos que nos seguimos creyendo [La foto y los vínculos del 1 al 5 son de Taringa.net.]

1. La pubertad: - Mira Mamá, ya me están creciendo los pechos.
- Si, ya vi, tienes que empezar adelgazar un poco Manuel.

2. El chiste de Pocoyo: - ¿Te sabes el chiste de Pocoyo?
- No. - Pues TAMPOCOYO.

3. Desconfianza justificada: Yo no me fio de los cirujanos. Son expertos en manejar cuchillos, se cubren la cara para no ser reconocidos y usan guantes para no dejar huellas.

4. Doble moral divina: Jesucristo está en la cruz gritando: - Malditos hijos de..., romanos, cabronesss... En esto que se acerca Pedro corriendo y le dice: - Maestro, maestro que viene la prensa. - Señor, perdónales porqué no saben lo que hacen.

5. Un perro extraordinario: - Mi perro es extraordinario: cuando quiere baila estilo hawaiana, cuando quiere me recoge las zapatillas y me las trae, cuando quiere canta como Sinatra. - ¿En serio?
- Sí, lo malo es que nunca quiere. Los cinco chistes son de 1000chistes.com

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Próxima edición: 11-12 de mayo.

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