Colaboración de Albert L., Pineda del Mar, Catalunya, España.
De Mario Benedetti le ofrecemos su cuento:
Ambos somos feos. Ni siquiera vulgarmente feos. Ella tiene un pómulo hundido. Desde los ocho años, cuando le hicieron la operación. Mi asquerosa marca junto a la boca viene de una quemadura feroz, ocurrida a comienzos de mi adolescencia.
Tampoco puede decirse que tengamos ojos tiernos, esa suerte de faros de justificación por los que a veces los horribles consiguen arrimarse a la belleza. No, de ningún modo. Tanto los de ella como los míos son ojos de resentimiento, que sólo reflejan la poca o ninguna resignación con que enfrentamos nuestro infortunio. Quizá eso nos haya unido. Tal vez unido no sea la palabra más apropiada. Me refiero al odio implacable que cada uno de nosotros siente por su propio rostro.
Nos conocimos a la entrada del cine, haciendo cola para ver en la pantalla a dos hermosos cualesquiera. Allí fue donde por primera vez nos examinamos sin simpatía pero con oscura solidaridad; allí fue donde registramos, ya desde la primera ojeada, nuestras respectivas soledades. En la cola todos estaban de a dos, pero además eran auténticas parejas: esposos, novios, amantes, abuelitos, vaya uno a saber. Todos -de la mano o del brazo- tenían a alguien. Sólo ella y yo teníamos las manos sueltas y crispadas.
Nos miramos las respectivas fealdades con detenimiento, con insolencia, sin curiosidad. Recorrí la hendidura de su pómulo con la garantía de desparpajo que me otorgaba mi mejilla encogida. Ella no se sonrojó. Me gustó que fuera dura, que devolviera mi inspección con una ojeada minuciosa a la zona lisa, brillante, sin barba, de mi vieja quemadura. Foto informaciona.com
Por fin entramos. Nos sentamos en filas distintas, pero contiguas. Ella no podía mirarme, pero yo, aun en la penumbra, podía distinguir su nuca de pelos rubios, su oreja fresca bien formada. Era la oreja de su lado normal.
Durante una hora y cuarenta minutos admiramos las respectivas bellezas del rudo héroe y la suave heroína. Por lo menos yo he sido siempre capaz de admirar lo lindo. Mi animadversión la reservo para mi rostro y a veces para Dios. También para el rostro de otros feos, de otros espantajos. Quizá debería sentir piedad, pero no puedo. La verdad es que son algo así como espejos. A veces me pregunto qué suerte habría corrido el mito si Narciso hubiera tenido un pómulo hundido, o el ácido le hubiera quemado la mejilla, o le faltara media nariz, o tuviera una costura en la frente.
La esperé a la salida. Caminé unos metros junto a ella, y luego le hablé. Cuando se detuvo y me miró, tuve la impresión de que vacilaba. La invité a que charláramos un rato en un café o una confitería. De pronto aceptó.
La confitería estaba llena, pero en ese momento se desocupó una mesa. A medida que pasábamos entre la gente, quedaban a nuestras espaldas las señas, los gestos de asombro. Mis antenas están particularmente adiestradas para captar esa curiosidad enfermiza, ese inconsciente sadismo de los que tienen un rostro corriente, milagrosamente simétrico. Pero esta vez ni siquiera era necesaria mi adiestrada intuición, ya que mis oídos alcanzaban para registrar murmullos, tosecitas, falsas carrasperas. Un rostro horrible y aislado tiene evidentemente su interés; pero dos fealdades juntas constituyen en sí mismas un espectáculos mayor, poco menos que coordinado; algo que se debe mirar en compañía, junto a uno (o una) de esos bien parecidos con quienes merece compartirse el mundo.
Nos sentamos, pedimos dos helados, y ella tuvo coraje (eso también me gustó) para sacar del bolso su espejito y arreglarse el pelo. Su lindo pelo.
"¿Qué está pensando?", pregunté. Ella guardó el espejo y sonrió. El pozo de la mejilla cambió de forma. "Un lugar común", dijo. "Tal para cual".
Hablamos largamente. A la hora y media hubo que pedir dos cafés para justificar la prolongada permanencia. De pronto me di cuenta de que tanto ella como yo estábamos hablando con una franqueza tan hiriente que amenazaba traspasar la sinceridad y convertirse en un casi equivalente de la hipocresía. Decidí tirarme a fondo. "Usted se siente excluida del mundo, ¿verdad?" "Sí", dijo, todavía mirándome.
"Usted admira a los hermosos, a los normales. Usted quisiera tener un rostro tan equilibrado como esa muchachita que está a su derecha, a pesar de que usted es inteligente, y ella, a juzgar por su risa, irremisiblemente estúpida." "Sí." Por primera vez no pudo sostener mi mirada.
"Yo también quisiera eso. Pero hay una posibilidad, ¿sabe?, de que usted y yo lleguemos a algo." "¿Algo cómo qué?"
"Como querernos, caramba. O simplemente congeniar. Llámele como quiera, pero hay una posibilidad." Ella frunció el ceño. No quería concebir esperanzas. "Prométame no tomarme como un chiflado." "Prometo."
"La posibilidad es meternos en la noche. En la noche íntegra. En lo oscuro total. ¿Me entiende?" "No."
"¡Tiene que entenderme! Lo oscuro total. Donde usted no me vea, donde yo no la vea. Su cuerpo es lindo, ¿no lo sabía?" Se sonrojó, y la hendidura de la mejilla se volvió súbitamente escarlata. "Vivo solo, en un apartamento, y queda cerca."
Levantó la cabeza y ahora sí me miró preguntándome, averiguando sobre mí, tratando desesperadamente de llegar a un diagnóstico. "Vamos", dijo.
No sólo apagué la luz sino que además corrí la doble cortina. A mi lado ella respiraba. Y no era una respiración afanosa. No quiso que la ayudara a desvestirse.
Yo no veía nada, nada. Pero igual pude darme cuenta de que ahora estaba inmóvil, a la espera. Estiré cautelosamente una mano, hasta hallar su pecho. Mi tacto me transmitió una versión estimulante, poderosa. Así vi su vientre, su sexo. Sus manos también me vieron.
En ese instante comprendí que debía arrancarme (y arrancarla) de aquella mentira que yo mismo había fabricado. O intentado fabricar. Fue como un relámpago. No éramos eso. No éramos eso.
Tuve que recurrir a todas mis reservas de coraje, pero lo hice. Mi mano ascendió lentamente hasta su rostro, encontró el surco de horror, y empezó una lenta, convincente y convencida caricia. En realidad mis dedos (inicialmente un poco temblorosos, luego progresivamente serenos) pasaron muchas veces sobre sus lágrimas.
Entonces, cuando yo menos lo esperaba, su mano también llegó a mi cara, y pasó y repasó el costurón y el pellejo liso, esa isla sin barba de mi marca siniestra. Lloramos hasta el alba. Desgraciados, felices. Luego me levanté y descorrí la cortina doble. Fuente: ciudadseva.com
El risotto alla milanese (En español arroz a la milanesa) es un plato de risotto amarillo muy popular en la cocina italiana (concretamente en Milán y toda la Lombardía).(1 2) El plato consiste en un arroz tostado con un sofrito de cebolla y aceite al que se le añade caldo poco a poco (risotto); condimentado con queso de Parma rallado y azafrán. Se trata de un plato que se ha expandido a lo largo de todo el mundo, pudiéndose encontrar en numerosos restaurantes. En cada caso con sus variantes locales particulares. (3) Es un plato invernal, (4) que se sirve caliente, recién elaborado. Fuente: es.wikipedia.org
Arroz a la milanesa.
Ingredientes:
280 gr. de arroz.
150 gr. de jamón cortado en pedacitos.
1 cebolla grande.
½ kg. de tomates rallados.
150 gr. de guisantes cocidos.
Queso rallado, (Parma, Gruyere y de bola), pimienta blanca, nuez moscada, perejil y sal al gusto. recetastradicionalesdecocinas.blogspot.com
Procedimiento:
1.-Se pone al fuego la manteca (preferiblemente aceite de soja o girasol para que no cambie el sabor) en una cazuela. Se rehoga en ella el jamón y la cebolla picada.
2.-Cuando empieza a tomar color la cebolla, se le agrega la nuez moscada, la pimienta, el tomate rallado, el arroz y los guisantes.
3.-Se rehoga todo un poco y se pone caldo o agua - (Poco más de la doble cantidad de caldo que la de arroz).
4.-Al empezar a cocer, que tiene que ser muy rápido al principio, se le añade el queso rallado, un poco de aceite, el perejil y la sal.
5.-Bajar el fuego y dejar hervir 18 minutos.
6.- Servir caliente y a disfrutarlo. Fuente modificada de: bricocopage.com
DEL HOGAR Y ALGO MÁS…
Valerianella locusta, llamada popularmente canónigo, es una planta herbácea de la familia Valerianaceae que se utiliza para alimentación, en crudo, generalmente como ensalada o acompañamiento. Se cultivan, entre otras, las siguientes variedades: Corazón lleno (forma roseta), Verde de Louviers y Holanda. A menudo se recolecta la variedad silvestre.
Su área de distribución natural se extiende por toda la zona templada de Europa, de Asia Menor y el Cáucaso. En España se distribuye por casi toda la Península, faltando en la mayor parte del tercio sur y de Galicia. Tampoco es una especie nativa en las Islas Baleares ni en las Canarias. Foto: www.chefuri.com
La primera noticia de su cultivo aparece en un documento alemán de 1588, pero es probable que se consumiera a lo largo de toda la historia de la Humanidad. Actualmente se cultiva principalmente en Alemania, Francia, Italia y otros países europeos, siendo raro su consumo fuera de Europa.
Tiene propiedades diuréticas, depurativas y laxantes. Es baja en grasas. Más nutritiva que la lechuga, con mayor cantidad de provitamina A y vitaminas B y C y diversos minerales. En especial yodo, pero también hierro, potasio, fósforo y otros. Se utiliza fresca en ensaladas, generalmente mezclada con otras hortalizas. Las hojas poseen un sabor delicado y ligeramente ácido, que puede recordar al de las nueces. Sus hojas más sabrosas son las más pequeñas.
El canónigo contiene muchos nutrientes, incluyendo una cantidad de Vitamina C que triplica la de la lechuga. Contiene también Beta-carotenos, Vitamina B6, Vitamina B9 o Ácido fólico, Vitamina E y ácidos grasos Omega-3.(3)
El canónigo se utiliza fresco, añadiéndose a las ensaladas de verduras y patatas y a las sopas y tortillas. Acompaña bien a los espárragos, remolacha, apio, nabo, champiñón, col, judía verde, nuez, manzana, uva, tomate, etc. Si se aliña con aceite, vinagre y sal, debe hacerse en el último momento para que no pierda frescura, ya que se trata de una planta muy perecedera. Para prepararlo en ensalada se deja la roseta de hojas entera; sólo se eliminan las raíces. Se lava bajo el grifo (pila), y no a remojo; luego debe escurrirse delicadamente. Hay que prestar especial atención a no romper las hojas para que conserven su característico sabor fresco y su aspecto decorativo. Como la mayor parte de las plantas que se consumen crudas, es necesario especial cuidado en su limpieza para evitar ingerir caracoles perjudiciales para la salud.
Se puede conservar 2-3 días en el refrigerador cubierta con un papel absorbente o introducido en una bolsa de plástico perforada para que no adquiera el olor de otros productos de la nevera. Rociar con agua para refrescarlo.
Se recomienda para mejorar la digestión y la vista (Betacaroteno), además del aspecto del cabello y las uñas. Como la valeriana, que es de la misma familia, es relajante del sistema nervioso. Por su contenido en hierro ayuda a evitar la anemia. Es depurativo tanto de la sangre como de los riñones y su aporte de vitamina C refuerza las defensas especialmente en invierno, cuando la vitamina C es más necesaria. Fuente es.wikipedia.org
POESÍA.
José Julián Martí Pérez: nació en La Habana, Cuba, el 28 de enero de 1853; murió en el campo de batalla de Dos Ríos, Oriente, Cuba, el 19 de mayo de 1895. Más que un político, fue el alma y el centro de la organización y unión de las fuerzas que combatieron en la Guerra de los Diez Años (1868-1878) y las nuevas generaciones que aspiraban a la independencia cubana. Brillante orador, escritor, poeta y traductor exquisito del francés y del inglés al español, publicó sus trabajos tanto en los EE.UU. como en Argentina, México y Costa Rica. Cónsul honorario de Argentina, Paraguay y Uruguay representó a este país en la Conferencia Monetaria Internacional efectuada en Panamá. Fundador del Partido Revolucionario Cubano, en el cual se aceptaban a todos los que estuvieran dispuestos a luchar por la libertad de Cuba, sin distintos de nacionalidad ni raza. Perteneció al movimiento literario del modernismo. Ha los diez y seis años fue detenido y condenado a trabajos forzados en las canteras, continuando su lucha hasta su muerte, organizando la Guerra Necesaria para la libertad de Cuba. Por ello, su sobrenombre es el Apóstol. Poesía de ciudadseva.com, foto: www.yukor.com
Patria en las Flores
¿Por qué os secáis, violetas generosas,
Que me dio en hora amarga mano pía?
Pues patria al alma dais, flores medrosas,
¡No os secaréis en la memoria mía!
PARA REFRESCAR.
Juventud y Experiencia. Durante una conferencia sobre las grandes diferencias entre generaciones, un presumido estudiante se tomó la molestia de explicarle a un señor mayor sentado a la par de él, el por qué le es imposible a la Vieja Generación comprender a su Generación.
"Usted creció en un mundo diferente, realmente casi primitivo", dijo en voz lo suficientemente alta para que lo escucharan alrededor. "Los jóvenes de hoy crecimos con televisión, Internet, teléfonos celulares, aviones jet, viajes al espacio. Nuestras sondas espaciales han visitado Marte. Tenemos naves con energía nuclear, autos eléctricos y de hidrógeno. Computadoras con procesos de velocidad de la luz… y muchas cosas más".
Luego de un breve silencio el señor mayor respondió diciendo: "Tienes razón, hijo mío; nosotros no tuvimos esas cosas cuando éramos Jóvenes... ¡Por eso las Inventamos! Ahora, dime, ¿Qué estás haciendo TÚ para la Próxima Generación? Si te pasas la vida mirando tu celular." Colaboración de Héctor F., Miami, Fla., EE.UU.
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