miércoles, 29 de noviembre de 2017

295. Cuento.

Edgar Allan Poe. EE.UU., (1,809-†1,849.)

El corazón delator.
“¡Es cierto! Siempre he sido nervioso, muy nervioso, terriblemente nervioso. ¿Pero por qué afirman ustedes que estoy loco? La enfermedad había agudizado mis sentidos, en vez de destruirlos o embotarlos. Y mi oído era el más agudo de todos. Oía todo lo que puede oírse en la tierra y en el cielo. … ¿Cómo puedo estar loco, entonces? Escuchen… y observen con cuánta cordura, con cuánta tranquilidad les cuento mi historia.

Me es imposible decir cómo aquella idea me entró en la cabeza por primera vez; pero, una vez concebida, me acosó noche y día. Yo no perseguía ningún propósito. Ni tampoco estaba colérico. Quería mucho al viejo. Jamás me había hecho nada malo. Jamás me insultó. Su dinero no me interesaba. Me parece que fue su ojo. ¡Sí, eso fue! Tenía un ojo semejante al de un buitre… Un ojo celeste, y velado por una tela. Cada vez que lo clavaba en mí se me helaba la sangre. Y así, poco a poco, muy gradualmente, me fui decidiendo a matar al viejo y librarme de aquel ojo para siempre.

Ustedes me toman por loco. En cambio… ¡Si hubieran podido verme! … ¡Con qué cuidado… con qué previsión… con qué disimulo me puse a la obra! Jamás fui más amable con el viejo que la semana antes de matarlo. Todas las noches, hacia las doce, hacía yo girar el picaporte de su puerta y la abría… ¡oh, tan suavemente! Y entonces, cuando la abertura era lo bastante grande para pasar la cabeza, levantaba una linterna sorda,… completamente cerrada, de manera que no se viera ninguna luz, y tras ella pasaba la cabeza. La movía lentamente… muy, muy lentamente, a fin de no perturbar el sueño del viejo. Me llevaba una hora entera introducir completamente la cabeza por la abertura de la puerta, hasta verlo tendido en su cama. Y entonces, cuando tenía la cabeza completamente dentro del cuarto, abría la linterna cautelosamente… Sí, cautelosamente iba abriendo la linterna (pues crujían las bisagras), la iba abriendo lo suficiente para que un solo rayo de luz cayera sobre el ojo de buitre. Y esto lo hice durante siete largas noches…, a las doce… pero siempre encontré el ojo cerrado, y por eso me era imposible cumplir mi obra, porque no era el viejo quien me irritaba, sino el mal de ojo. Y por la mañana, apenas iniciado el día, entraba sin miedo en su habitación y le hablaba resueltamente, llamándolo por su nombre con voz cordial y preguntándole cómo había pasado la noche.

Al llegar la octava noche, procedí con mayor cautela que de costumbre al abrir la puerta. Jamás, antes de aquella noche, había sentido el alcance de mis facultades, de mi sagacidad. Apenas lograba contener mi impresión de triunfo. ¡Pensar que estaba ahí, abriendo poco a poco la puerta, y que él ni siquiera soñaba con mis secretas intenciones o pensamientos! Me reí entre dientes ante esta idea, y quizá me oyó, porque lo sentí moverse repentinamente en la cama, como si se sobresaltara. Ustedes pensarán que me eché hacia atrás… pero no. Su cuarto estaba tan negro como la pez*, ya que el viejo cerraba completamente las persianas por miedo a los ladrones; yo sabía que le era imposible distinguir la abertura de la puerta, y seguí empujando suavemente, suavemente. [*Pez: Mineral semejante al asfalto, pero menos duro y bastante elástico. Usado para calafatear,- sellar-, las juntas de los barcos de madera, entre otros usos.]

Había ya pasado la cabeza y me disponía a abrir la linterna, cuando mi pulgar resbaló en el cierre metálico y el viejo se enderezó en el lecho, gritando: -¿Quién está ahí?

Durante una hora entera no moví un solo músculo, y en todo ese tiempo no oí que volviera a tenderse en la cama. Seguía sentado, escuchando… tal como yo lo había hecho, noche tras noche, mientras escuchaba en la pared los taladros cuyo sonido anuncia la muerte.

Oí de pronto un leve quejido, y supe que era el quejido que nace del terror. Era el ahogado sonido que brota del fondo del alma cuando el espanto la sobrecoge. Bien conocía yo ese sonido. Repito que lo conocía bien. Comprendí que había estado despierto desde el primer leve ruido, cuando se movió en la cama. Había tratado de decirse que aquel ruido no era nada, pero sin conseguirlo. Pensaba: “No es más que el viento en la chimenea… o un grillo que chirrió una sola vez”. Sí, había tratado de darse ánimo con esas suposiciones, pero todo era en vano. Todo era en vano, porque la Muerte se había aproximado a él, deslizándose furtiva, y envolvía a su víctima. Después de haber esperado largo tiempo, con toda paciencia, sin oír que volviera a acostarse, resolví abrir una pequeña, una pequeñísima ranura en la linterna.

Así lo hice hasta que un fino rayo de luz, semejante al hilo de la araña, brotó de la ranura y cayó de lleno sobre el ojo de buitre.

Estaba abierto, abierto de par en par… y yo empecé a enfurecerme mientras lo miraba. Lo vi con toda claridad, de un azul apagado y con aquella horrible tela que me helaba hasta el tuétano. Pero no podía ver nada de la cara o del cuerpo del viejo, pues, como movido por un instinto, había orientado el haz de luz exactamente hacia el punto maldito.

En aquel momento llegó a mis oídos un resonar apagado y presuroso, como el que podría hacer un reloj envuelto en algodón. Aquel sonido también me era familiar. Era el latir del corazón del viejo. Aumentó aún más mi furia, tal como el redoblar de un tambor estimula el coraje de un soldado.


Pero, incluso entonces, me contuve y seguí callado. Apenas si respiraba. Sostenía la linterna de modo que no se moviera, tratando de mantener con toda la firmeza posible el haz de luz sobre el ojo. Entretanto, el infernal latir del corazón iba en aumento. El espanto del viejo tenía que ser terrible. ¡Cada vez más fuerte, más fuerte! Les he dicho que soy nervioso. Sí, lo soy. Y ahora, a medianoche, en el terrible silencio de aquella antigua casa, un resonar tan extraño como aquél me llenó de un horror incontrolable. Me pareció que aquel corazón iba a estallar. Y una nueva ansiedad se apoderó de mí… ¡Algún vecino podía escuchar aquel sonido! ¡La hora del viejo había sonado! Lanzando un alarido, abrí del todo la linterna y me precipité en la habitación. El viejo clamó una vez… nada más que una vez. Me bastó un segundo para arrojarlo al suelo y echarle encima el pesado colchón. Pero, durante varios minutos, el corazón siguió latiendo con un sonido ahogado. Cesó, por fin, de latir. El viejo había muerto. Levanté el colchón y examiné el cadáver. Sí, estaba muerto, completamente muerto. No se sentía el menor latido. Su ojo no volvería a molestarme.

Si ustedes continúan tomándome por loco dejarán de hacerlo cuando les describa las astutas precauciones que adopté para esconder el cadáver. Ante todo lo descuartice. Le corté la cabeza, brazos y piernas.

Levanté luego tres planchas del piso de la habitación y escondí los restos en el hueco. Volví a colocar los tablones con tanta habilidad que ningún ojo humano -ni siquiera el suyo- hubiera podido advertir la menor diferencia. No había nada que lavar… ninguna mancha… ningún rastro de sangre. Una cuba había recogido todo… ¡Ja, Ja!

Cuando hube terminado mi tarea eran las cuatro de la madrugada, pero seguía tan oscuro como a medianoche. En momentos en que se oían las campanadas de la hora, golpearon a la puerta de la calle. Acudí a abrir con toda tranquilidad, pues ¿qué podía temer ahora?

Hallé a tres caballeros, que se presentaron muy civilmente como oficiales de policía. Durante la noche, un vecino había escuchado un alarido, por lo cual se sospechaba la posibilidad de algún atentado. Al recibir este informe en el puesto de policía, habían comisionado a los tres agentes para que registraran el lugar.

Sonreí, pues… ¿qué tenía que temer? Di la bienvenida a los oficiales y les expliqué que yo había lanzado aquel grito durante una pesadilla. Les hice saber que el viejo se había ausentado a la campiña. Los oficiales se sentían satisfechos. Mis modales los habían convencido. Por mi parte, me hallaba perfectamente cómodo. Sentáronse y hablaron de cosas comunes, mientras yo les contestaba con animación. Más, al cabo de un rato, empecé a notar que me ponía pálido y deseé que se marcharan. Me dolía la cabeza y creía percibir un zumbido en los oídos; el zumbido se hizo más intenso; seguía resonando y era cada vez más intenso. Hablé en voz muy alta para librarme de esa sensación,… hasta que, al fin, me di cuenta de que aquel sonido no se producía dentro de mis oídos.

Sin duda, debí de ponerme muy pálido, pero seguí hablando con creciente soltura y levantando mucho la voz. Empero, el sonido aumentaba… ¿y qué podía hacer yo? Era un resonar apagado y presuroso…, un sonido como el que podría hacer un reloj envuelto en algodón. Yo jadeaba, tratando de recobrar el aliento, y, sin embargo, los policías no habían oído nada. Me puse en pie y discutí sobre insignificancias en voz muy alta y con violentas gesticulaciones; pero el sonido crecía continuamente. ¿Por qué no se iban? ¡Oh, Dios! ¿Qué podía hacer yo? Lancé espumarajos de rabia… maldije… juré… Balanceando la silla sobre la cual me había sentado, raspé con ella las tablas del piso, pero el sonido sobrepujaba todos los otros y crecía sin cesar. ¡Más alto… más alto… más alto! Y entretanto los hombres seguían charlando plácidamente y sonriendo. ¿Era posible que no oyeran? ¡Sabían… y se estaban burlando de mi horror! ¡Pero cualquier cosa era preferible a aquella agonía! ¡Sentí que tenía que gritar o morir, y entonces… otra vez… escuchen… más fuerte… más fuerte… más fuerte… más fuerte!

Basta ya de fingir, malvados! -aullé-. ¡Confieso que lo maté! ¡Levanten esos tablones! ¡Ahí… ahí!, ¡Donde está latiendo su horrible corazón!”


LAS RECETAS DE LA ABUELA.
La gastronomía de Estados Unidos es similar a la de otros países occidentales, con el trigo siendo el cereal más utilizado. La cocina tradicional estadounidense utiliza ingredientes como el pavo, carne de ciervo, patatas, camotes, maíz, calabazas, miel de maple y otros elementos indígenas usados por los amerindios y los primeros colonizadores europeos. Parrilladas de puerco y res, tortas de cangrejo, patatas chips y las galletas con chispas de chocolate son algunos de los platos hechos al «estilo estadounidense». La soul food, la cocina tradicional de los esclavos africanos, es aún popular en el sur y entre los afroamericanos de otras partes del país. Las gastronomías sincréticas, como la cocina criolla de Luisiana, la cajún y la Tex-mex, tienen gran importancia regional.

Platos característicos como la tarta de manzana, el pollo frito, la pizza, la hamburguesa y el perrito caliente provienen de recetas introducidas por los inmigrantes. Las papas fritas, los platillos mexicanos como los burritos y tacos y los platillos con pastas adaptados de recetas italianas también son ampliamente consumidos. (251) En el consumo de bebidas, los estadounidenses prefieren el café en vez del . La publicidad de las industrias estadounidenses ha hecho que el jugo de naranja y la leche sean las bebidas típicas de un desayuno. (252, 253)​ El consumo frecuente de comida rápida está asociado con lo que los médicos llaman «epidemia de obesidad». Las gaseosas son ampliamente populares: el azúcar contenido en ellas aporta el 9% de la ingesta calórica promedio. (2542)

RECETA DE ESTOFADO DE TERNERA AL BOURBON:

Ingredientes:
½ kg o 1 lb de carne magra de ternera de la zona de la aguja.
1 cebolla.
1 cucharada de harina.
4 zanahorias.
100 ml de bourbon (whisky).
Caldo de carne para cubrir.
3 dientes de ajo.
20 bayas de pimienta negra y sal, todo al gusto.

Procedimiento:
1.-Picamos la cebolla en juliana y las zanahorias en rodajas anchas. En la olla exprés, ponemos 4 cucharadas de aceite de oliva y comenzamos a pochar la cebolla y la zanahoria con los dientes de ajo a fuego vivo.

2.-Cortamos la carne en trocitos, aprovechando para limpiar y retirar alguna ternilla o dureza que podamos encontrar. Cuando la cebolla esté bien transparente y antes de que tome color, añadimos la carne de ternera y una cucharada de harina de trigo.

3.-Removemos hasta que la carne tome un color pardo y en ese momento añadimos el bourbon, removiendo bien con una cuchara de madera. Cuando el bourbon esté bien caliente, acercamos una cerilla para flambear y dejamos que arda un rato para evaporar el alcohol y quedarnos con los sabores y esencias de este licor. ¡Con cuidado!

4.-Añadimos caldo de carne en cantidad suficiente para cubrir los trozos de carne, incorporamos la pimienta negra y, si queremos, una hoja de laurel, dejando que cueza en la olla exprés tapada durante 18 a 20 minutos. Dejamos enfriar sin abrir la olla y servimos cuando haya perdido el calor.

DEL HOGAR Y ALGO MÁS…
La nuez, fruto del nogal, posee una rica composición en nutrientes, que le confieren excelentes propiedades para la salud. El consumo de este fruto seco aporta innumerables beneficios al organismo, a través de su alto contenido en proteínas, vitaminas del grupo B, aminoácidos esenciales como la lecitina y aceites en la forma de ácidos grasos omega 3. Por todas estas razones, incorporar nueces a tu dieta diaria, puede ser muy beneficioso para la salud.

La nuez es el fruto del Juglans regia, nombre científico de la especie más difundida del nogal. ¿Quieres conocer más sobre ella?

INFORMACIONES ÚTILES PARA MEJORAR NUESTRA SALUD:
¿Debería tomar suplementos dietéticos? Fuente: Institutos Nacionales de la Salud.

¿Podrían unos complementos de vitaminas comunes aumentar el riesgo de cáncer de pulmón? El aumento de las probabilidades sólo pareció afectar a los hombres o a los fumadores varones, sugiere un estudio.

Plantas: ¿Nuestras socias en la salud? Fuente: Institutos Nacionales de la Salud.

Carbohidratos y la diabetes Fuente: Fundación Nemours.


Cosas dulces: Cómo afectan su salud los azúcares y edulcorantes Fuente: Institutos Nacionales de la Salud.

¿Hasta qué punto su agua potable es segura? Eche un vistazo Incluso un enturbiamiento “permisible” podría provocar problemas estomacales, según un estudio.

Nuevos medicamentos para el colesterol tienen un marcado sobreprecio Pero el fabricante de los medicamentos y unos expertos cardiacos cuestionan la metodología del análisis. Los vínculos son de HealthDay, si no se especifica otra fuente.

POESÍA.

PARA REFRESCAR.




Quizás no lo sabias! El cuerpo humano en cifras Los cinco vínculos son de Taringa.net

1. Era una chica tan mona, tan mona que sólo comía cacahuetes.

2. ¿En qué país todo tiene un fin? Fin…landia.

3. ¿Para qué es el retrete (wc) de un spa? Spa Mear.

4. Mamá, ¿puedo ver la televisión? Sí, pero sin encenderla.

5. – Oye, ¿viste el Señor de los Anillos? Síii, pero no le compré nada. Los chistes son del periódico www.periodicoelgancho.com

Curiosidades de la música clásica.
No puedo creer que sea yo: Ludwig van Beethoven escucho en cierta ocasión a un pianista y pregunto quién era el autor de la obra que éste interpretaba. La respuesta le sorprendió: “Beethoven”. Y el compositor, que no se reconocía en aquella pieza escrita en su juventud, dijo: “No puedo creer que semejante tontería haya sido escrita por mí. Pero que burro era”. La obra en cuestión era las Variaciones en do menor WoO 80. [Tenemos la grabación: nada extraordinario.]

Excéntrico mala onda: Johannes Brahms era insufriblemente sarcástico y grosero incluso con sus amigos. En una ocasión, después de haber disgustado a varias personas con una serie de comentarios ofensivos y bochornosos, Brahms se puso en pie, preparándose para salir de la habitación: se detuvo brevemente en la puerta y dijo: "Si hay alguien aquí que no he insultado", dijo él, volviéndose, le pido perdón!"

Verdi y el rechazo: El aclamado compositor de óperas italiano Giuseppe Verdi fue rechazado al querer entrar en el conservatorio de música de Milán. Es agradable ironía que actualmente aquel recinto tenga como nombre Conservatorio di Musica Statale Giuseppe Verdi. Fuente y foto de: Taringa.net

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Próxima edición: 13 o 14 de diciembre.

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