Saki es el seudónimo del escritor de origen escocés Hector Hugh Munro (1,870 -† 1,916). Empleó este alias por nostalgia o quizás afectación. Ambas actitudes las llevaba en su personalidad y las dejó patentes en sus cuentos y relatos. Su especialidad son los cuentos cortos, en los que casi siempre introduce elementos de terror, leyendas, etc. Además, llevan su sello irónico. Salvando las distancias, recuerda la hipocresía social en Bola de Sebo de Maupassant. La Editora.
“LOS LOBOS DE CERNOGRATZ.”
– ¿Y no hay viejas leyendas vinculadas al castillo? –preguntó Conrad a su hermana. A pesar de ser un próspero comerciante de Hamburgo, Conrad era el único miembro de carácter poético de una familia eminentemente práctica. La baronesa Gruebel alzó sus abultados hombros.
–En estos viejos sitios no faltan las leyendas. Son fáciles de inventar y no cuestan nada. En el caso presente, dicen que cuando alguien muere en el castillo todos los perros de la aldea y las fieras del bosque aúllan la noche entera. No sería agradable escucharlo, ¿verdad?
–Sería misterioso y romántico –dijo el comerciante de Hamburgo.
–De todos modos no es verdad –dijo la baronesa, llena de complacencia–. Desde que adquirimos el lugar hemos podido comprobar que nada de eso ocurre. Cuando mi buena suegra murió en la pasada primavera, todos prestamos atención, pero no hubo aullidos. Se trata simplemente de un cuento que le imprime dignidad al lugar sin costo alguno.
–La leyenda no es como usted la ha contado –dijo Amalie, la vieja y peliblanca institutriz.
Todos volvieron hacia ella la cabeza, llenos de asombro. De costumbre se sentaba a la mesa en silencio, compuesta y apartada, sin hablar nunca, a menos que alguien le dirigiera la palabra; y eran pocos los que se tomaban la molestia de entablar conversación con ella. Hoy la invadía una locuacidad insólita. Siguió hablando, con voz rápida y excitada, mirando al frente y al parecer sin dirigirse a nadie en particular.
–Los aullidos no se escuchan cuando alguien muere en el castillo. Sólo cuando alguien de la familia Cernogratz moría aquí los lobos venían de lejos y de cerca y se ponían a aullar en la linde del bosque justo antes de la hora final.
Únicamente unos cuantos lobos tenían sus guaridas por estos lados, pero en aquellas ocasiones los guardabosques decían que se contaban por montones, deslizándose en la oscuridad y aullando en coro. Y entonces los perros del castillo, la aldea y las granjas de los alrededores empezaban a ladrar y aullar de miedo y rabia contra el coro de los lobos; y cuando el alma del moribundo abandonaba el cuerpo se escuchaba el estrépito de un árbol que caía en el parque. Eso es lo que pasaba cuando moría un Cernogratz en el castillo de sus ancestros. ¡Pero si un forastero muere aquí, es claro que ningún lobo va a aullar y ningún árbol se va a desplomar! ¡Ah, eso no!
Había un dejo desafiante, casi despreciativo, en estas últimas palabras. La bien alimentada y demasiado bien vestida baronesa le clavó una mirada colérica a esa anciana anticuada que se había atrevido a abandonar la apropiada y usual posición de humildad para hablar con tanto irrespeto.
–Todo indica que está muy enterada de las leyendas de los Cernogratz, Fräulein Schmidt –dijo incisivamente–. No sabía que las historias familiares se contaban entre las materias que se supone usted domina.
La respuesta a este sarcasmo fue todavía más inesperada y asombrosa que el arrebato verbal que lo había motivado. –Soy una Cernogratz –dijo la vieja–; y por eso conozco la historia familiar.
– ¿Usted, una Cernogratz? ¡Usted! –sonó el coro incrédulo.
–Cuando nos arruinamos –explicó ella– y tuve que salir a dar clases particulares, cambié de apellido. Me pareció más apropiado. Pero mi abuelo basó gran parte de su infancia en este castillo y mi padre solía contarme muchas historias acerca del lugar; y, como es lógico, me aprendí todas las historias y leyendas familiares. Cuando a una sólo le quedan los recuerdos, los guarda y desempolva con especial cuidado. Poco me imaginaba, cuando entré a trabajar con ustedes, que algún día me traerian a la antigua residencia familiar. Casi desearía que hubiera sido a otra parte.
Reinó el silencio cuando dejó de hablar, hasta que la baronesa desvió la conversación a un tópico menos embarazoso que el de las historias familiares. Pero más tarde, cuando la vieja institutriz se hubo retirado sigilosamente a sus quehaceres, se armó una algarabía de burlas y escarnios.
– ¡Qué impertinencia! –Bramó el barón, dejando que sus ojos saltones asumieron una expresión de escándalo–. ¡Imagínense, esa mujer hablando así en nuestra mesa! No le faltó sino decirnos que no éramos nadie. Y no le creo ni una palabra. Es una Schmidt y nada más. Seguro estuvo hablando con algún campesino sobre la antigua familia Cernogratz y se apropió de su historia y sus leyendas.
–Quiere darse importancia –dijo la baronesa–. Sabe que dentro de poco habrá pasado la edad para trabajar y se quiere ganar nuestra simpatía. ¡Su abuelo, ya lo creo! La baronesa también tenía sus abuelos, pero nunca jamás se jactaba de ellos.
El comerciante de Hamburgo no dijo nada; había visto lágrimas en los ojos de la anciana cuando hablaba de guardar los recuerdos… o quizás, por ser tan imaginativo, creyó haberlas visto.
–Le voy a dar aviso de despido apenas terminen las fiestas de Año Nuevo –dijo la baronesa– Hasta entonces voy a estar demasiado atareada para arreglármelas sin ella. Pero de todos modos tuvo que arreglárselas sin ella, pues con el frío penetrante que empezó a hacer después de Navidad la vieja institutriz cayó enferma y tuvo que guardar cama.
– ¡Qué provocación! –dijo la baronesa, mientras sus huéspedes se calentaban a la lumbre del hogar en una de las últimas tardes del año que moría–. En todo el tiempo que ha estado con nosotros no recuerdo que nunca haya estado gravemente enferma; quiero decir, demasiado enferma para cumplir con su trabajo. Y ahora que tengo la casa llena y podría servirme de tantas maneras, corre a caer postrada. La compadezco, desde luego. Se ve mermada y decaída, pero de todas formas la cosa es sumamente molesta.
–Muy molesta –convino la mujer del banquero, llena de comprensión–. Es el frío intenso, me figuro. Acaba con los viejos. Y este año ha estado extraordinariamente frío.
–Y ella ya está muy vieja –dijo la baronesa–. Ojalá la hubiera despedido hace unas semanas; así se habría marchado antes de que le sucediera esto. ¡Eh, Wappi! ¿Qué te pasa? El perrito faldero había saltado de repente de su cojín y se había metido, en un solo temblor, bajo el sofá. En ese mismo instante los perros del castillo rompieron a ladrar llenos de furia, y a lo lejos se oyeron los ladridos de otros perros.
– ¿Qué será lo que inquieta a esos animales? –preguntó el barón.
Y entonces los humanos prestaron atención y captaron el sonido que suscitaba en los perros tales muestras de rabia y temor: un prolongado y quejumbroso aullido que subía y bajaba, de modo que ahora parecía provenir de leguas de distancia y ahora se arrastraba a través de la nieve y parecía brotar al pie de los muros del castillo. La fría y famélica miseria de un mundo congelado, la implacable voracidad de la naturaleza, en combinación con otras melodías desoladas e imposibles de definir, parecían concentrarse en aquel grito lastimero. – ¡Lobos! –exclamó el barón. Foto: Depositphotos
–Cientos de lobos –dijo el comerciante de Hamburgo, que era un hombre de poderosa imaginación.
Movida por un impulso que no habría sido capaz de explicar, la baronesa dejó a sus invitados y fue hasta la estrecha y triste habitación en donde la vieja institutriz yacía contemplando el paso de las horas del año que moría. Aunque el frío de la noche invernal era cortante, la ventana estaba abierta. Con una exclamación de escándalo a flor de labios, la baronesa corrió a cerrarla.
–Déjela abierta –dijo la anciana, con una voz que, pese a su debilidad, tenía un tono autoritario que la baronesa jamás había oído salir de su boca. – ¡Pero se va a morir de frío! –protestó.
–De todos modos me estoy muriendo –dijo aquella voz–; y deseo escuchar la música que hacen. Han venido de todas partes a cantar la música funeral de mi familia. Es bello que hayan venido. Soy la última Cernogratz que morirá en nuestro viejo castillo y ellos han venido a cantarme. ¡Escuche qué tan recio llaman!
El grito de los lobos se elevaba en el aire estancado del invierno y flotaba alrededor de las murallas con lamentos sostenidos y desgarradores. La anciana descansaba en el lecho, el rostro iluminado por una mirada de felicidad por mucho tiempo postergada. –Váyase –le dijo a la baronesa–. Ya no estoy sola. Soy parte de una antigua y noble familia…
–Creo que está agonizando –dijo la baronesa cuando volvió a reunirse con sus huéspedes–. Creo que lo mejor sería mandar por un doctor. ¡Y esos horribles aullidos! ¡Ni por mucho dinero me dejaría cantar esa música fúnebre!
– ¡Escuchen! ¿Qué es ese otro sonido? –preguntó el barón cuando se oyó el ruido de algo que se partía y desplomaba. Era un árbol que caía en el parque.
Hubo un momento de silencio forzado, hasta que habló la esposa del banquero. –Es el frío intenso lo que parte los árboles. Y también fue el frío lo que trajo tal cantidad de lobos. Desde hacía muchos años no teníamos un invierno tan frío.
La baronesa se apresuró a convenir en que el frío era la causa de esas cosas. Y fue también el frío de la ventana abierta lo que causó el ataque cardíaco que hizo innecesarios los servicios del doctor para la vieja Fräulein.
El aviso de prensa quedó muy lúcido: “El día 29 de diciembre, en Schloss Cernogratz, falleció Amalie von Cernogratz, durante muchos años dilecta amiga del barón y la baronesa Gruebel.”
LAS RECETAS DE LA ABUELA.
La comida escocesa comparte algunos platos con la cocina inglesa pero tiene muchos atributos distintivos así como recetas propias, gracias algunas de ellas a las influencias antiguas extranjeras, particularmente francesas, y también a las de las cocinas locales. Los platos considerados tradicionales a veces han sido traídos por los pueblos inmigrantes.
Plato típico escocés: Haggis. Escocia no se distingue por su buena cocina, ni por una alimentación sana. Las celebraciones aquí, no se centran en una buena comida con familiares y/o amigos, ya que no hay costumbre de ello. Y los platos más famosos no tienen una gran elaboración ni se salen de una comida corriente.
Hay que pensar, que el clima no les ha permitido obtener buenos alimentos del campo, la mayoría de las frutas y hortalizas son pequeñas, sin mucho sabor, debido a la falta de sol. Las patatas se convirtieron en la principal fuente de alimentación.
Los Haggis, se suelen elaborar normalmente sobre la base de asaduras de cordero u oveja (pulmón, hígado y corazón) mezcladas con cebollas, harina de avena, hierbas y especias, todo ello embutido dentro de una bolsa hecha del estómago del animal y cocido durante varias horas. (Puede utilizarse una bolsa de asar)
Se suele servir con puré de patata y puré de nabo. Todo ello en conjunto recibe el nombre de “Haggis tatties and neeps”.
Fuente y fotos: https://es.wikipedia.org/wiki/Gastronom%C3%ADa_de_Escocia
Este plato se consume especialmente durante la cena del 25 de enero, celebración del nacimiento de Robert Burns, (1,759) figura significativa en la historia y cultura escocesa. Es considerado el poeta nacional de Escocia. Muchos de sus poemas hacían comentarios sociales y políticos, pero lo que de verdad le hizo famoso fue que era un poeta pobre que hacía poemas sobre cosas de la vida diaria para personas corrientes. Hizo un poema especialmente dedicado a los Haggis, de ahí que ese día se cene ese plato de antaño.
EL HOGAR Y ALGO MÁS. La col de Bruselas, Brassica oleracea, es una hortaliza dentro de la familia botánica de las Crucíferas, igual que el brócoli o la coliflor.
En algunos lugares también se las conoce con el nombre de repollitos. Son una verdura muy nutritiva que, además de aportar nutrientes necesarios para que nuestro organismo esté sano, poseen en su composición otras sustancias que otorgan a las coles de Bruselas unas propiedades y beneficios muy interesantes que ayudan a prevenir diferentes tipos de enfermedades. Las coles de Bruselas son una verdura de temporada del otoño y del invierno.
Valor nutricional de las coles de Bruselas: De cada 100 gramos de coles, casi 90 son agua. Tiene unos 4 gramos de carbohidratos, 3.5 g de proteína vegetal y 1.5 de grasa. Cada 100 gramos de coles nos aportan casi 4 gramos de fibra.
Además, las coles de Bruselas contienen vitaminas C, E, niacina o B3, riboflavina o B2, piridixina o B6, tiamina o B1, ácido fólico o B9 y carotenos. Más los minerales potasio, fósforo, calcio, magnesio, sodio, hierro, zinc, yodo y selenio. También se debe resaltar su contenido en fitoquímicos con compuestos azufrados (glucosinolatos). Las coles tan solo aportan 45 Kcal por cada 100 gramos.
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POESÍA.
Gustavo Adolfo Claudio Domínguez Bastida conocido por Adolfo Bécquer nació en (Sevilla, 1836- †Madrid, 1870). Fuente: Los Poetas.com
Gustavo Adolfo Claudio Domínguez Bastida conocido por Adolfo Bécquer nació en (Sevilla, 1836- †Madrid, 1870). Fuente: Los Poetas.com
RIMA XXX
Asomaba a sus ojos una lágrima
y a mi labio una frase de perdón;
habló el orgullo y se enjugó su llanto,
y la frase en mis labios expiró.
Asomaba a sus ojos una lágrima
y a mi labio una frase de perdón;
habló el orgullo y se enjugó su llanto,
y la frase en mis labios expiró.
Yo voy por un camino; ella, por otro;
pero, al pensar en nuestro mutuo amor,
yo digo aún: — ¿Por qué callé aquel día?
Y ella dirá: — ¿Por qué no lloré yo?
pero, al pensar en nuestro mutuo amor,
yo digo aún: — ¿Por qué callé aquel día?
Y ella dirá: — ¿Por qué no lloré yo?
PARA REFRESCAR.
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1. Arrogancia: En la facultad de Medicina, el profesor se dirige a un alumno y le pregunta: “¿Cuántos riñones tenemos?” “¡Cuatro!”, responde el alumno. “¿Cuatro?”, replica el profesor. “Traiga un fardo de pasto, pues tenemos un asno en la sala”, ordenó el profesor a su auxiliar. “¡Y para mí un cafecito!”, pidió el alumno al auxiliar del maestro. El profesor se enojó y lo expulsó de la sala. El alumno era el humorista Aparício Torelly, conocido como el Barón de Itararé (1895-1971). Al salir de la sala, todavía el alumno tuvo la audacia de corregir al furioso maestro: “Usted me preguntó cuántos riñones ‘tenemos’. ‘Tenemos’ cuatro: dos míos y dos suyos. Que tenga un buen provecho y disfrute del pasto”. La vida exige mucho más comprensión que conocimiento. "No lo olvides: no seas nunca arrogante con los humildes, ni humilde con los arrogantes.”
2. Hay un 6 perdido. ¡A ver si lo encuentra!
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3. El auto: Un tipo le dice a otro: -Oye deja de fumar, además con lo que gastas en cigarros, te podías comprar un auto. El otro le pregunta: -¿Tu fumas? El otro le dice: -No. Entonces el fumador le pregunta: -¿Y dónde está tu auto?
Fuente: chistes.cortos.yavendras.com
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Próxima edición: 14 o 15 de marzo. Este blog (300) es bisiesto.
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